lunes, 16 de noviembre de 2015

PARIS (DOS ORILLAS 16/11/15)

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un amigo me decia el otro dia que me pongo muy serio cuando os hablo. Me sugería que hiciese un recorrido de tapas por El Tubo zaragozano para contaroslo, obviamente pasando los gastos a la emisora como gastos de representación. Otro contesta a todas mis intervenciones que casi llora, con lo que me planteo contaros como cocino algo con mucha cebolla, a ver si consigo que llore de una vez.

Considero mis opciones mientras cruzo andando el Puente de la Almozara. Es una mañana de noviembre en Zaragoza. No hace demasiado frio, y el sol pugna por aparecer definitivamente detrás del Pilar, mientras la niebla, querido Alberto, da un aire de tristeza a la Basilica y al Ebro. Y observando la imagen vienen a mi cabeza varias palabras, como en un rafaga de disparos: Bataclan, Saint-Denis, Kalashnicov, Estado Islámico, DAESH, Pray for Paris... Y decido dejar esas otras opciones para mejor ocasión. Tiempo habrá de bromear.

No conozco suficientemente el asunto como para emitir un juicio de valor al respecto. Y tampoco creo que sea necesario cuando unos tipos irrumpen en el primer sitio que se les presenta disparando fusiles o detonando artefactos explosivos contra personas normales, que están en esos locales disfrutando de la música, de los amigos o de la vida. Es probable que buena parte de ellos, además de atender a sus obligaciones, dedique algo de su tiempo a intentar que el mundo sea mejor, a ayudar a personas que lo necesitan, como lo hacen mis amigos del Patronato y de la Fundación, de los que espero hablaros otro dia. Me pregunto que sentirían esas personas esa fracción de segundo antes de morir: miedo, incredulidad, angustia por lo que ya no vivirán y por lo que dejan atrás por culpa de una locura con la que poco o nada tienen que ver. Y después la oscuridad. Y la angustia de los familiares de esas personas, que han pasado horas de incertidumbre, sin saber qué había sido de su hermano, de su pareja, de su padre... No quiero pensar lo que tiene que sentir en esos momentos un padre o una madre que tenga un hijo disfrutando de una ciudad que todos los que la conocemos amamos y que se encuentre en medio de esta sinrazón.

Este fin de semana nos han traido la guerra a nuestras casas, una guerra con la que los ciudadanos de a pie nada tenemos que ver y sobre la que desconocemos todo. Y lo que si que tengo claro es que esos señores a los que votamos y a los que pagamos tienen varias responsabilidades claras al respecto:

La primera, que los ciudadanos podamos volver a sentirnos seguros. Es inaceptable que tengamos que vivir bajo el miedo, que nosotros o nuestros hijos no podamos recorrer Europa por miedo a lo que puedan hacer unos locos en un tren, en un campo de futbol, en una discoteca o en cualquier otro sitio. Tenemos derecho a sentirnos seguros, y hay que hacer lo que sea necesario para que eso vuelva a ser asi. No valen las medias tintas.

La segunda, que el mundo tiene que ser más justo. No puede ser que nadie, en ningún lugar del mundo, sufra y muera por unos intereses casi siempre espurios, porque de aquellos barros vienen estos lodos, por los valores en los que creemos e incluso, porque no, por nuestra propia conveniencia.

Vuelvo otra vez por el mismo puente. El sol definitivamente triunfa sobre la niebla, y las torres del Pilar resplandecen, esbeltas, desafiantes y orgullosas, apuntando al cielo, a un futuro mejor. La esperanza triunfa sobre las dudas, sobre el miedo. Not in my name. No es un problema de religión. Es obvio que hay gente buena en todas las religiones e ideologías, sean del tipo que sean. Por encima de nuestras diferencias, la gente buena tiene que reconocerse en ambos bandos, y trabajar para un mundo mejor. El sol tiene siempre que triunfar sobre la niebla.








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