jueves, 4 de febrero de 2016

NUESTRAS PALABRAS. (8/2/16)

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En primer lugar quiero dar las gracias a Alberto por contar conmigo para una nueva temporada radiofónica. Es un privilegio tener este pequeño rinconcito en Dos Orillas radio para contar con absoluta libertad lo que me apetezca a quien quiera escucharme y tenga la suficiente paciencia para ello.

Mientras evoco el sabor de las croquetas de boletus a la cerveza fruto de los experimentos culinarios que compartí con Arija en el Tubo zaragozano, y recuerdo a Papetti degustando las inigualables anchoas al orujo de Bodegas Almau, conduzco por una de esas inacabables rectas de las carreteras de las Cinco Villas, mientras canto a pleno pulmón la canción que escucho en el equipo musical de mi coche y siento algo muy cerca a lo que es la felicidad. Bucay dijo que la felicidad es la certeza de no sentirse perdido y, en este momento, sé perfectamente dónde estoy y a dónde voy, y, además, estoy muy a gusto.

Más tarde, cuando vuelvo a Zaragoza, oigo en la radio que se ha creado una página web en la que se recogen palabras del castellano que están cayendo en desuso, ya que, según un estudio, el vocabulario que usamos es cada vez más limitado. Seguramente no ayuda el whatssup, ni las redes sociales, aunque, personalmente, soy de esos antiguos que, aún por esos medios, redactan sus mensajes correctamente, sin abreviar y puntuando todo como es debido.

Esa noticia me lleva a la reflexión de que en Aragón, salvo en algunas zonas muy limitadas, nuestra lengua hace mucho tiempo que no se habla, pero en nuestro castellano diario, o lo que sea, malviven a duras penas algunas palabras aragonesas, reminiscencias de esas raíces nuestras que cada vez se ven más acomisadas, barrunto que porque nos amola mucho que algun cangilón nos llame catetos. No quiero coger un capazo con esto, no sea que os den ganas de capolarme, y no quiero ser un dengue, pero me gusta cuando veo buscar la rugiadora para darle un jetazo a las plantas. Me pone furo que nuestros jovenes empiecen todas sus frases con el apelativo “có”, supuestamente usado en Zaragoza de toda la vida, pero que yo, a mis 49 años y medio, jamás había usado ni oído. Sé que igual soy un poco canso con esto, pero descendiendo de Borja, a uno le vienen a la cabeza mil recuerdos sobre nuestra peculiar forma de hablar: recuerdo a mi tia diciendo que navegaba mucho bien la calculadora; a los primos o conocidos que te llaman amante o cuando los amigos vamos a coger arañones para hacer pacharán casero.

Ciertamente, nuestro lenguaje es cada vez más pobre, y se incorporan cada más anglicismos, alguno de los cuales es particularmente irritante. En los últimos tiempos veo que se ha puesto de moda uno que me pone especialmente de los nervios, y es la palabra “proactivo”. Cualquier supuesto junior account manager pregona a los cuatro vientos que es una persona proactiva. Afortunadamente para ellos, no tengo que decidir su contratación o no en una empresa, porque desde luego que sería que no. Pardiez, en la lengua castellana una persona puede ser emprendedora, responsable, inquieta y decidida. Puede ser incluso diligente, eficaz, que actúa siempre sin dilación o demora, pero nunca puede ser proactivo. Una persona proactiva estaría mucho mejor en el sky line de la City que en un despacho de cualquier lugar de España o de latinoamerica. Mientras me dispongo a enviarle a Alberto por mensajería unas de mis croquetas, que espero que no le lleguen desestructuradas, como diría Ferrán Adria, comprendo que no hay que ponerse niquitoso con según que cosas, porque la vida trae cambios a los que es imposible resistirse, pero que en nuestra lengua va parte de nuestra identidad, que es uno de los más importantes acervos que tenemos, y uno de los mejores legados que podemos dejar a las generaciones futuras.



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